Cuando era pequeña, íbamos cada tarde a visitar a mi abuela. Nos montábamos los cuatro en el seat 127 amarillo y hala, a merendar a casa de la abuela. Llegábamos, y nada más entrar, mi hermana y yo cogíamos nuestras sillitas plegables del armario del pasillo. Al entrar en el salón, colocábamos las sillas delante de la tele y dábamos un beso a mi abuela y a mi tía. Más tarde, mi tía nos diría que a mi abuela se le encendía la cara al vernos. Los mayores se ponían a hablar y nosotras veíamos la tele. Yo me aguantaba viendo “La Aldea del Arce” porque luego mi hermana se aguantaba viendo “Campeones”, o los “G-Joe”, o cualquiera de las series para niños que me gustaban a mí. La verdad es que de pequeña, siempre quise ser un niño.
Mi tía nos preparaba la merienda. Un vaso de leche y bocadillitos de galleta con mantequilla y azúcar. No he vuelto a tomarlos, creo que me traerían demasiados recuerdos. A veces había pan con chocolate. Mi abuela nos preguntaba cosas sobre el cole, sobre nuestros amigos, se escandalizaba de que asistiéramos a tantas “actividades extraescolares” (Niña, me las vas a matar con tantas cosas por las tardes). A veces incluso le cantábamos alguna canción. Y así pasaba la tarde. Hasta el día siguiente, en que todo volvía a repetirse.
Tengo una familia bastante grande por esa parte. Unos veintipico primos. Sé que éramos los únicos que íbamos cada tarde a ver a mi abuela. Cuando murió, en el hospital, yo tenía12 años, y mi hermana 15. No íbamos todos los días a verla, pero cuando íbamos, dice mi madre que se le encendía la cara.
No sé cuántas horas pasaban cada tarde en ese salón, pero yo no tengo recuerdos de estar en casa haciendo deberes, o simplemente estando en casa. Las tardes eran para pasarlas en casa de la abuela. Llegaba un momento en que mis padres decían de irnos, y nos íbamos. Nos montábamos en el seat 127 amarillo, y hala, a casa. En el coche, mis padres nos ponían alguna cinta.
Solía ser Pedro y el Lobo, de Prokofiev. Y yo me hacía la dormida para que mi padre me llevara en brazos hasta casa.
9 comentarios:
Es enternecedor, es precioso. Está contado con tanto cariño...
Que no sé qué decir, me imagino ahí a las dos enanas con vuestras sillitas y me emociona.
Yo también me he hecho a veces la dormida para que mi padre me lleve en brazos, jijiji. Un beso, Elenita.
:) mira tú. Lo peor de ser niño es que eres feliz y nisiquiera te das cuenta de que lo estás siendo.
Te equivocas, Nepomuk, eso es lo mejor.
En mi casa se llevaba mucho (lo llevaban mis padres, mas bien) lo de apagar la tele toda la tarde y sólo poner música.
Mi padre ponía Pedro y el lobo para que aprendiésemos a apreciar la música. Mi madre ponía a Janis Joplin, para lo mismo...
Bueno, Florecilla, es que al escuchar en tu castpost Pedro y el Lobo me vi, literalmente, en el asiento de atrás del Seat 127 haciéndome la dormida, y todo volvió con mucha fuerza.
Nepo,Capitán, no es que no te des cuenta, es que ni siquiera sabes que hay algo que se llama "felicidad" y que se supone que todos buscamos.
Revemi padre aún pone (en el equipo nuevo que se ha autoregalado) Pink Floyd, Santana, Elvis, Bob Dylan, Lou Reed, Kraftwerk, Atahualpa Yupanqui, Víctor Jara, Mercedes Sosa, mucha ópera, mucho Wagner... por lo mismito. Y loca la cabeza nos tiene.
((Pero nos gusta tanto...))
Cuando lo cotidiano remueve recuerdos... Es curiso, que tras el paso del tiempo, sea ahora cuando caemos en la cuenta.
Saludos
jo que chulos recuerdos...saludos de London
Elendaewen, yo vivo en un recuerdo constante, y no porque piense que cualquier tiempo pasado fue mejor, sino porque fueron muy buenos y me gusta recordarlos. ¿por qué no? Gracias por pasarte.
Buttercup!!!!! Cuéntate un poco qué haces por London no??
Precioso post.
A tu abuela se le hubiese encendido la cara...
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