domingo, 26 de abril de 2009

Retiro espiritual

La semana pasada estuvimos de lab-retreat. El lab-retreat consiste en irte con tu laboratorio a algún sitio medianamente remoto a hablar de Ciencia y a hacer otras actividades con tus compañeros. Desde que estoy aquí, había ido a lab-retreats conjuntos, con otros laboratorios, y éste ha sido el primero al que hemos ido sólo nosotros. Decidimos no hacer charlas convencionales, sino más relajadas, o chalk-talks. Sin diapositivas, sin películas, sin datos reales. Sólo tú y la pizarra. Al principio me alegré de no tener que preparar nada para el retreat. Luego me entró el miedo porque me di cuenta de que iba a estar "sola ante el peligro". Y luego, al estar ahí delante de mi laboratorio, me di cuenta de cuánto había aprendido desde que llegué a Dresden. Y bueno, como siempre mis compañeros muy involucrados en todos los proyectos de los demás. Así da gusto. Pedro y yo, que ya estamos en la recta final del doctorado, pudimos ser honestos y decir: mirad, esto es lo que tengo, me queda un año de experimentos, qué creéis que debo hacer, qué creéis que es publicable. El jefe además nos estuvo hablando de cómo pedir becas para un postdoc, y de cómo se nos presenta esto de buscar trabajo con la crisis. Por suerte o por desgracia, yo aún no tengo ni idea de qué va a ser de mí cuando acabe aquí...

Ah, y además de hablar de Ciencia, nos pagaron una sesión de karts.Foto: Yo preparada para mi primera carrera de karts.

viernes, 10 de abril de 2009

Una pequeña anécdota

Cuando yo tenía 6 años tenía una compañera en el cole cuya madre era alemana. Yo ya tenía varios amigos de verdad en la clase, los cuales siguen siéndolo casi veinte años después. Esta niña, sin embargo, no era mi amiga. Tenía siempre un montón de material escolar (lápices, gomas, colores, tijeras...) que su madre le compraba en Alemania y bueno, teniendo en cuenta la calidad de esos mismos materiales en la España de los 80, era la envidia de la clase. A mí me llamaban la atención sobre todo unas ceras de colores que parecía que pintaban genial, así que después de mucho meditarlo, un día se las quité y las metí en mi mochila, muerta de miedo. Cuando llegué a mi casa me di cuenta de la estupidez que había cometido: no las podía utilizar en casa porque mis padres sabrían que ellos no me las habían comprado y harían preguntas para las que la única respuesta sería una confesión, y tampoco podía llevarlas al cole! Además, me sentía fatal porque había robado, y robar estaba mal. Así que pinté un par de rayas con cada color para probarlas y luego las guardé en el rincón más recóndito de mi habitación. De vez en cuando las sacaba, las admiraba y las volvía a guardar, y así pasaron los años. Comprendí así, a la tierna edad de 6 años que robar provoca una sensación de culpa terrible. La dueña legítima de las ceras se fue convirtiendo poco a poco en mi amiga, y cuando íbamos a quinto o sexto de EGB nos hicimos muy amigas. Esto, lejos de mejorar las cosas, las empeoró: cómo demonios iba a explicarle que en primero de EGB le había robado unas ceras? Dejaría de ser mi amiga ipso facto! Así que los años siguieron pasando y llegó un punto en que comprendí que aunque le confesara mi crimen, no se enfadaría, pordiosbendito, teníamos ya una edad!! (En concreto 17 años). Así que un día que vino a mi casa le dije que cerrara los ojos, que tenía una sorpresa para ella. Cuando los abrió y se vio con una caja de ceras en las manos se me quedó mirando con cara de "ésta se ha vuelto loca". Evidentemente no recordaba nada y cuando yo, llena de remordimientos, le conté la historia, se pasó dos horas riéndose de mí. Ahora, ella sigue siendo una de mis mejores amigas, tiene las ceras guardadas en su casa, está viviendo en Berlín por unos meses y esta tarde viene a Dresden a pasar las Osterferien conmigo.

Y os puedo asegurar que nunca llegaréis a comprender lo feliz que me hace haber robado cuando tenía 6 años.

sábado, 4 de abril de 2009

Arigato gozaimasu, Japón.

Ya volví de Japón, incluso sobreviví al vuelo de vuelta, que duró 12 interminables horas... odio volar.
Japón muy bonito, aunque me parece absurdo intentar describirlo. Muy pocas papeleras por la calle, los japoneses muy simpáticos y muy dispuestos a ayudar en todo momento, los retretes con musiquita para que nadie oiga nada, la comida insuperable y los cerezos en flor tan bonitos como cuentan. Habrá que volver...

A Dresden ha llegado por fin la primavera, y los alemanes se han lanzado a la calle vestidos con la mínima ropa posible, y eso que las máximas siguen estando alrededor de los 18 grados, lo que significa que por las mañanas en la bici a mí todavía no me sobra la bufanda. Pero se nota que la gente sonríe más y es más amable. Y es que, como dice una amiga portuguesa,

I had forgotten how much better life is WITH SUN.