Mi tía Chari me ha preguntado que si esos dos días tirada en Palma de Mallorca no me han despertado la inspiración para escribir alguna historia. Mi tía Chari lleva muchos años diciéndome que debería dedicarme a escribir. Los dos días tirada en Palma de Mallorca despertaron en mí sensaciones que nunca pensé que experimentaría. Las voy a escribir.
Llevo desde Octubre viviendo en el bosque, durmiendo en la tercera planta y trabajando en la segunda, tardo literalmente treinta segundos desde la puerta de mi habitación a mi oficina. No tengo mis cosas, no tengo mi apartamento, no tengo a mis amigos (ni los de Sevilla ni los de Dresden), no tengo a mi familia. Estoy haciendo un trabajo que profesionalmente no me va a reportar nada. Debería estar buscando trabajo, echando solicitudes, estudiando para mi examen de la defensa de mi tesis. Y no, me paso el día trabajando para mis dos jefes, dando lo mejor de mí, regalando mi tiempo para nada. Vivo en escasos veinte metros cuadrados, sin una cocina y me paso las tardes pegada al skype hablando con mis amigos, con mi familia, intentando estar más cerca de algo que desprenda calor hacia mí. No hago deporte, no cojo la bici, no voy al gimnasio. No como lo que debería comer, no me cuido lo que debería. La semana pasada fue mi cumpleaños, y no comí tarta, ni soplé velas ni estuve con la gente a la que quiero. Yo ya sabía que venir aquí iba a ser así, y que yo iba a caer poco a poco en la depresión en la que me hallo. Por eso no quería venir. Pero tuve que venir, por razones que no vienen al caso.
Yo el fin de semana quería ir a Huelva a jugar al frisbee. Y a celebrar mi cumpleaños con mis padres y mi hermana. Quería pasar un fin de semana con gente; estos días odio estar sola. Quería disfrutar de dos días al aire libre más dos medios días en Sevilla con mi familia y el lunes a las 5 coger un avión de vuelta al bosque.
El viernes por la mañana cogí el autobús aquí en el bosque a las 8:12 de la mañana. Caía una manta de nieve, y tardé cerca de dos horas en llegar al aeropuerto de Viena. Allí, todos los vuelos estaban retrasados, y cuando por fin llegué a Palma de Mallorca a la hora a la que debía haber llegado a Sevilla, me dijeron que me recolocaban en un vuelo a Málaga y que me llevaban en bus a Sevilla. Bueno, me dije, llego más tarde pero aún llego al torneo mañana por la mañana. Y allí estaba yo, en la puerta de embarque cuando a los controladores se les ocurrió dejar de controlar. El resto es historia.
Cuando estuvo claro que nadie volaría esa noche y que debíamos recoger nuestro equipaje e irnos a un hotel, vi a gente llorando, a niños cansados preguntando cuándo se irían a casa, cuándo verían a papá, por qué no volaban los aviones. De pronto, en una de las muchas veces que hablé con mis padres, me puse a llorar, preguntándome cuándo, por fin, me saldría algo bien. Por qué mi fin de semana de felicidad dependía de la voluntad de otras personas. Cuándo, por fin, llegaría Febrero y toda esta pesadilla se acabaría. Sentimientos altamente violentos que nunca antes había sentido. Por suerte, los controladores se quedaron en sus torres. Me di un poco de miedo a mí misma. No me gustó. Cuando di por imposible ir al torneo, aún me quedaba la ilusión de pasar el fin de semana en Sevilla con mis padres, contarles cómo me sentía, (eso siempre me ha ayudado), comer mi tarta, soplar mis velas. Cualquier cosa, por favor, menos volver al bosque peor que cuando me fui. Pasé la noche en el aeropuerto, y a las cinco de la mañana comencé a peregrinar del stand de AENA al stand de Airberlin, al stand de ACCIONA, y vuelta a empezar. Nadie sabía nada, el tiempo corría y yo seguía completamente atrapada en Mallorca. Nunca la palabra aislada cobró tanto sentido... Lloré otro tanto, al igual que mucha gente alrededor mía. Aquello parecía una escena de cualquier campo de refugiados. Gente aferrada a su maleta, vagando de aquí para allá, preguntando, lamentándose, empatizando con el resto de desgraciados que por allí andábamos, en la misma situación. A mediodía nos dijeron que no volaría nada hasta las 19:00, y entonces veríamos. Me asocié a una chica alemana de Leipzig, Anna, para que nos dieran una habitación de hotel para, al menos, poder ducharnos después de más de veinticuatro horas tiradas por los aeropuertos. Y ya duchadas, recibiendo la noticia de la reapertura del espacio aéreo en la tele y en internet, vimos, de pronto, un avión en el cielo. LA FELICIDAD ABSOLUTA. Corriendo al aeropuerto. "No, hoy no vuela nada a la Península" EL HUNDIMIENTO EN EL FONDO DEL POZO. "Lo más pronto que puede usted llegar a Sevilla es el domingo a las 21:30. ESCARBANDO EN EL FONDO DEL POZO. "Bueno, pues mándenme ustedes de vuelta a Viena". La gratitud eterna cuando me hicieron el trapicheo de cambiarme un tramo nacional por uno internacional sin cobrarme y darme al menos la esperanza de no dormir otra noche más en ese maldito aeropuerto. Volví a llamar a mi casa y, llorando de nuevo, les dije que no, que ya no llegaba, que me volvía al bosque. ¿Cómo es alguien capaz de creerse con la autoridad moral de destrozar las ilusiones de la gente de esa manera? Tras varias horas (más) de espera, conseguí montarme en un avión a Viena. Cuando llegué, a quince grados bajo cero, el último tren al centro había salido cinco minutos antes. Pagué 67 euros de taxi para llegar al bosque.
Me acosté llorando.
PD. Otro día os cuento la hisoria de cuando me quedé atrapada en el mismo aeropuerto por culpa del volcán...
Llevo desde Octubre viviendo en el bosque, durmiendo en la tercera planta y trabajando en la segunda, tardo literalmente treinta segundos desde la puerta de mi habitación a mi oficina. No tengo mis cosas, no tengo mi apartamento, no tengo a mis amigos (ni los de Sevilla ni los de Dresden), no tengo a mi familia. Estoy haciendo un trabajo que profesionalmente no me va a reportar nada. Debería estar buscando trabajo, echando solicitudes, estudiando para mi examen de la defensa de mi tesis. Y no, me paso el día trabajando para mis dos jefes, dando lo mejor de mí, regalando mi tiempo para nada. Vivo en escasos veinte metros cuadrados, sin una cocina y me paso las tardes pegada al skype hablando con mis amigos, con mi familia, intentando estar más cerca de algo que desprenda calor hacia mí. No hago deporte, no cojo la bici, no voy al gimnasio. No como lo que debería comer, no me cuido lo que debería. La semana pasada fue mi cumpleaños, y no comí tarta, ni soplé velas ni estuve con la gente a la que quiero. Yo ya sabía que venir aquí iba a ser así, y que yo iba a caer poco a poco en la depresión en la que me hallo. Por eso no quería venir. Pero tuve que venir, por razones que no vienen al caso.
Yo el fin de semana quería ir a Huelva a jugar al frisbee. Y a celebrar mi cumpleaños con mis padres y mi hermana. Quería pasar un fin de semana con gente; estos días odio estar sola. Quería disfrutar de dos días al aire libre más dos medios días en Sevilla con mi familia y el lunes a las 5 coger un avión de vuelta al bosque.
El viernes por la mañana cogí el autobús aquí en el bosque a las 8:12 de la mañana. Caía una manta de nieve, y tardé cerca de dos horas en llegar al aeropuerto de Viena. Allí, todos los vuelos estaban retrasados, y cuando por fin llegué a Palma de Mallorca a la hora a la que debía haber llegado a Sevilla, me dijeron que me recolocaban en un vuelo a Málaga y que me llevaban en bus a Sevilla. Bueno, me dije, llego más tarde pero aún llego al torneo mañana por la mañana. Y allí estaba yo, en la puerta de embarque cuando a los controladores se les ocurrió dejar de controlar. El resto es historia.
Cuando estuvo claro que nadie volaría esa noche y que debíamos recoger nuestro equipaje e irnos a un hotel, vi a gente llorando, a niños cansados preguntando cuándo se irían a casa, cuándo verían a papá, por qué no volaban los aviones. De pronto, en una de las muchas veces que hablé con mis padres, me puse a llorar, preguntándome cuándo, por fin, me saldría algo bien. Por qué mi fin de semana de felicidad dependía de la voluntad de otras personas. Cuándo, por fin, llegaría Febrero y toda esta pesadilla se acabaría. Sentimientos altamente violentos que nunca antes había sentido. Por suerte, los controladores se quedaron en sus torres. Me di un poco de miedo a mí misma. No me gustó. Cuando di por imposible ir al torneo, aún me quedaba la ilusión de pasar el fin de semana en Sevilla con mis padres, contarles cómo me sentía, (eso siempre me ha ayudado), comer mi tarta, soplar mis velas. Cualquier cosa, por favor, menos volver al bosque peor que cuando me fui. Pasé la noche en el aeropuerto, y a las cinco de la mañana comencé a peregrinar del stand de AENA al stand de Airberlin, al stand de ACCIONA, y vuelta a empezar. Nadie sabía nada, el tiempo corría y yo seguía completamente atrapada en Mallorca. Nunca la palabra aislada cobró tanto sentido... Lloré otro tanto, al igual que mucha gente alrededor mía. Aquello parecía una escena de cualquier campo de refugiados. Gente aferrada a su maleta, vagando de aquí para allá, preguntando, lamentándose, empatizando con el resto de desgraciados que por allí andábamos, en la misma situación. A mediodía nos dijeron que no volaría nada hasta las 19:00, y entonces veríamos. Me asocié a una chica alemana de Leipzig, Anna, para que nos dieran una habitación de hotel para, al menos, poder ducharnos después de más de veinticuatro horas tiradas por los aeropuertos. Y ya duchadas, recibiendo la noticia de la reapertura del espacio aéreo en la tele y en internet, vimos, de pronto, un avión en el cielo. LA FELICIDAD ABSOLUTA. Corriendo al aeropuerto. "No, hoy no vuela nada a la Península" EL HUNDIMIENTO EN EL FONDO DEL POZO. "Lo más pronto que puede usted llegar a Sevilla es el domingo a las 21:30. ESCARBANDO EN EL FONDO DEL POZO. "Bueno, pues mándenme ustedes de vuelta a Viena". La gratitud eterna cuando me hicieron el trapicheo de cambiarme un tramo nacional por uno internacional sin cobrarme y darme al menos la esperanza de no dormir otra noche más en ese maldito aeropuerto. Volví a llamar a mi casa y, llorando de nuevo, les dije que no, que ya no llegaba, que me volvía al bosque. ¿Cómo es alguien capaz de creerse con la autoridad moral de destrozar las ilusiones de la gente de esa manera? Tras varias horas (más) de espera, conseguí montarme en un avión a Viena. Cuando llegué, a quince grados bajo cero, el último tren al centro había salido cinco minutos antes. Pagué 67 euros de taxi para llegar al bosque.
Me acosté llorando.
PD. Otro día os cuento la hisoria de cuando me quedé atrapada en el mismo aeropuerto por culpa del volcán...
3 comentarios:
¡Ánimo guapa!
Ya ha pasado una semana y me alegra saber que vas dejando atras esas sensaciones. Mucho animo por alli de parte de uno de los nuevos en Dresden.
Elena, es horrible. Tengo una opinión muy clara sobre lo que pasó con los controladores, y es que para mí no importa cuántos problemas internos tengan, con AENA, el gobierno o la madre que los trajo; lo importante de veras es que lo que han hecho es absolutamente antiético. Las personas que lo han sufrido, como tú, no tenéis ninguna duda al respecto. Ojalá que nada de esto caiga en saco roto, que no se haga demagogia con el tema y que se paguen responsabilidades.
(Si de mí dependiera, todos a la p*** calle desde ya, pero claro, militarizar el espacio aéreo -con controladores militares no cualificados para la aviación civil- mientras se forman otros nuevos, como que es un follón para los políticos, y aún habría gente que se echaría las manos a la cabeza... Somos así de gilipollas.)
Mucho ánimo con todo, Elena.
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