Ya estoy de nuevo en casa. En la de Dresden, digo. ¡Y no hace frío! Ayer me harté de llorar en el aeropuerto. Parecía aquello Casablanca en versión familiar, la despedida más triste de la historia. Cada vez odio más los aeropuertos. Y el de Palma de Mallorca, donde hice escala, petado de alemanes. En fin. Fue un viaje nada más que regular. Y encima llegué a Dresden a las 2 de la mañana.
Pero hoy todo ha sido distinto. Parece que la noche se llevó toda la tristeza, porque esta mañana me he levantado, me he duchado y he salido a la calle con una sonrisa, parecía mentira. En el Tram me he encontrado con Jens y hemos estado charlando hasta llegar al instituto. He saludado a la gente en el lab, a mi jefe, y he empezado a planear experimentos. Mañana empiezo, ¡por fin!
Hay una chica nueva que estará seis meses, es de Barcelona. El instituto sigue como siempre: la comida de la cantina igual de mala, las escaleras igual de largas, la gente igual de cotilla, el café de sobremesa igual de relajante, el fishroom igual de agobiante... nada nuevo.
Seguiremos informando.