El domingo cumplí 26.
Me levanté a las 7.30 de la mañana, tuvimos dos charlas más porque el día anterior, qué sorpresa, no nos dio tiempo a terminar con el programa. Luego visitamos el monasterio de Klosterneuburg y luego directos al aeropuerto de Viena. Embarcamos a las 14.30 y plof, llegamos a Berlín. Autobús a Hauptbahnhof, comida en el Burger King (qué triste) y tren hacia Dresden a las 18.35. Eterno. Lento. Aburrido. Al menos me terminé Slaughterhouse 5, de Kurt Vonnegut, que me ha gustado mucho. Pero lo único que yo quería era llegar a casa, tomarme una sopa y acostarme. Sí, este año no he tenido ganas de celebrar mi cumpleaños, qué pasa. Llegamos a Dresden sobre las 21.00. Llegué a mi calle, entré en mi edificio, abrí el buzón con la pequeña esperanza de que hubiera algo por mi cumpleaños, pero un triste folleto de Ikea asesinó vilmente esa esperanza. Subí mis escaleras pensando en mi sopita y mi cama y al llegar al segundo piso, en la puerta de mi casa, había un ramo de flores amarillas, una tarta de chocolate y un regalo con forma de libro. El corazón me empezó a latir con fuerza, abrí la puerta, salté por encima de los regalos, conseguí meterlos dentro de casa, metí la maleta, y de pronto me di de bruces con un Adventskalender gigante colgado de la puerta de mi salón. El corazón latía con más fuerza, me empecé a reír yo sola, el teléfono sonó, y mientras no daba crédito a nada de lo que estaba pasando, me quitaba el abrigo y hablaba con mi amiga Amparo, todo al mismo tiempo, vi otros cuatro o cinco regalos encima de la mesa de mi salón. Y el día de mi cumpleaños, el más atípico que he tenido nunca, se convirtió en un pequeño oasis de felicidad:
Me levanté a las 7.30 de la mañana, tuvimos dos charlas más porque el día anterior, qué sorpresa, no nos dio tiempo a terminar con el programa. Luego visitamos el monasterio de Klosterneuburg y luego directos al aeropuerto de Viena. Embarcamos a las 14.30 y plof, llegamos a Berlín. Autobús a Hauptbahnhof, comida en el Burger King (qué triste) y tren hacia Dresden a las 18.35. Eterno. Lento. Aburrido. Al menos me terminé Slaughterhouse 5, de Kurt Vonnegut, que me ha gustado mucho. Pero lo único que yo quería era llegar a casa, tomarme una sopa y acostarme. Sí, este año no he tenido ganas de celebrar mi cumpleaños, qué pasa. Llegamos a Dresden sobre las 21.00. Llegué a mi calle, entré en mi edificio, abrí el buzón con la pequeña esperanza de que hubiera algo por mi cumpleaños, pero un triste folleto de Ikea asesinó vilmente esa esperanza. Subí mis escaleras pensando en mi sopita y mi cama y al llegar al segundo piso, en la puerta de mi casa, había un ramo de flores amarillas, una tarta de chocolate y un regalo con forma de libro. El corazón me empezó a latir con fuerza, abrí la puerta, salté por encima de los regalos, conseguí meterlos dentro de casa, metí la maleta, y de pronto me di de bruces con un Adventskalender gigante colgado de la puerta de mi salón. El corazón latía con más fuerza, me empecé a reír yo sola, el teléfono sonó, y mientras no daba crédito a nada de lo que estaba pasando, me quitaba el abrigo y hablaba con mi amiga Amparo, todo al mismo tiempo, vi otros cuatro o cinco regalos encima de la mesa de mi salón. Y el día de mi cumpleaños, el más atípico que he tenido nunca, se convirtió en un pequeño oasis de felicidad:
4 comentarios:
¿Sabes qué es lo que más me ha llamado la atención después de haber leído tu entrada y haberla reflexionado un poco?
Que al final creo que sí te apetecía celebrar tu cumpleaños.
Chiqui!!!
Qué guay! eso sí que ha sido una sopresa. Me alegra que tengas amigos así, que te quieran tanto y que te lo hagan sentir.
Besos
Muchas felicidades
Emilio: quiza tengas razon, pero yo matizaria tu comentario diciendo que en vez de 'celebrarlo', me hubiera gustado haberlo pasado haciendo lo que yo hubiese querido...
Gracias, Antonio.
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