Hace dos fines de semana fuimos a Aš, en la República Checa, a cinco km. de la frontera con Alemania (o, como ellos dicen, en medio de Alemania pero con mejor cerveza) a un torneo de Frisbee que organizaban los Terrible Monkeys.
Por la noche, al volver de la fiesta donde se bailó desde la Macarena hasta Michael Jackson pasando por Lou Bega o Nirvana, me di cuenta de que se veían muy bien las estrellas. Me vi transportada a mi infancia en Villafranca, cuando cogíamos una manta y una tableta de chocolate y nos tirábamos en la era a contar estrellas fugaces.
Mientras unos locos jugaban al frisbee luminoso en mitad de la noche, cogimos en efecto una manta y nos tiramos en el césped de los campos de juego a mirar las estrellas. Como en aquellos años, cada vez se notaba más la humedad y el frío, y cada vez se veían mejor las estrellas. Conté tres fugaces. No pedí ningún deseo. Hace mucho tiempo que aprendí que la superstición es mentira. Oímos cómo los demás volvían de la fiesta. Oímos cómo los del frisbee luminoso se iban a dormir. Seguí contando estrellas y recordando cómo en aquellos años nos dividíamos el firmamento a partes iguales: de la Vía Láctea hacia la derecha es mío, de la Vía Láctea hacia la izquierda, es tuyo. Seguimos charlando y compartiendo pensamientos como hacemos siempre. Sentí cómo esa amistad se iba fortaleciendo con el paso de las estrellas, fugaces o no. Sentí que, a pesar del frío, hubiera podido ser capaz de quedarme allí muchas más horas, escuchando, comprendiendo y aconsejando. Siendo escuchada, siendo comprendida y recibiendo consejos dados desde el fondo del corazón.
Fue lo mejor del torneo.
Por la noche, al volver de la fiesta donde se bailó desde la Macarena hasta Michael Jackson pasando por Lou Bega o Nirvana, me di cuenta de que se veían muy bien las estrellas. Me vi transportada a mi infancia en Villafranca, cuando cogíamos una manta y una tableta de chocolate y nos tirábamos en la era a contar estrellas fugaces.
Mientras unos locos jugaban al frisbee luminoso en mitad de la noche, cogimos en efecto una manta y nos tiramos en el césped de los campos de juego a mirar las estrellas. Como en aquellos años, cada vez se notaba más la humedad y el frío, y cada vez se veían mejor las estrellas. Conté tres fugaces. No pedí ningún deseo. Hace mucho tiempo que aprendí que la superstición es mentira. Oímos cómo los demás volvían de la fiesta. Oímos cómo los del frisbee luminoso se iban a dormir. Seguí contando estrellas y recordando cómo en aquellos años nos dividíamos el firmamento a partes iguales: de la Vía Láctea hacia la derecha es mío, de la Vía Láctea hacia la izquierda, es tuyo. Seguimos charlando y compartiendo pensamientos como hacemos siempre. Sentí cómo esa amistad se iba fortaleciendo con el paso de las estrellas, fugaces o no. Sentí que, a pesar del frío, hubiera podido ser capaz de quedarme allí muchas más horas, escuchando, comprendiendo y aconsejando. Siendo escuchada, siendo comprendida y recibiendo consejos dados desde el fondo del corazón.
Fue lo mejor del torneo.
2 comentarios:
Evidentemente, me he acordado de esto:
http://3.bp.blogspot.com/_f6dm-Ye0fZk/R05tt8uPFkI/AAAAAAAAArU/COshuf0g6KE/s1600-h/277.jpg
Evidentemente, yo también :)
Publicar un comentario